¿Te ha pasado alguna vez? Tu pareja te pregunta qué te ocurre, notas que algo no va bien, pero la única respuesta que encuentras es un «nada». O peor: un «no sé». No sabes si estás triste, enfadado o simplemente cansado. O quizás ves a un amigo llorar y te quedas bloqueado, sin saber muy bien qué se supone que tienes que sentir o decir.
Si esto te suena, puede que estés rozando algo que los expertos llaman alexitimia. Un nombre complicado para algo muy humano: la dificultad para ponerle nombre a las emociones. A veces se le llama «analfabetismo emocional«.
No es que las personas con alexitimia no sientan. Sienten, vaya que si sienten. El problema es que no saben qué es exactamente lo que están sintiendo. Es como tener un nudo en el estómago, pero ser incapaz de saber si es miedo, ansiedad, las mariposas del enamoramiento o simplemente que la comida te ha sentado mal. La emoción está ahí, pero la etiqueta, el nombre, no aparece.
Y si no puedes identificar tu propia emoción, ¿cómo vas a expresar lo que te pasa o a entender la del otro?
¿Por qué ocurre esto?
No hay una sola respuesta. A veces, el cableado cerebral es distinto; ciertas áreas del cerebro que procesan las emociones funcionan de otra manera.
Otras veces, la respuesta está en la infancia. Crecer en una casa donde «los niños no lloran» o donde «de eso no se habla» es una forma eficaz de aprender a desconectar los cables de los sentimientos. Y, por supuesto, está el trauma. Cuando la vida golpea muy fuerte, a veces el cerebro decide «apagar» las emociones como un mecanismo de supervivencia para poder seguir adelante.
Aunque cualquiera puede desarrollarla, es más común en hombres (quizás por esa misma educación emocional) y puede aparecer junto a la depresión, el estrés postraumático (TEPT) o en personas dentro del espectro autista (TEA).
Síntomas: ¿Cómo saber si me toca de cerca?
Más allá de ese «no sé qué me pasa», hay más señales. Las personas con alexitimia suelen:
- Usar un vocabulario emocional muy básico. Todo se reduce a «bien» o «mal».
- Confundir las emociones con sensaciones físicas. Pueden pensar que la ansiedad es solo hambre, cansancio o dolor de tripa, sin conectarlo con una preocupación.
- Parecer fríos o distantes. No porque lo sean, sino porque no saben cómo navegar en una conversación sobre sentimientos.
- Tener dificultades para fantasear o ponerse en el lugar exacto del otro. Su pensamiento tiende a ser muy lógico y concreto.
Vivir así es agotador. Para ti, porque te acabas sintiendo vacío o como un bicho raro, siempre confuso. Y para los que te rodean, porque es una fábrica de malentendidos y roces. Las relaciones se enfrían, se vuelven acartonadas, como si les faltara esa chispa que las hace fáciles.
Un consejo práctico: Intenta escribir cada día. No un diario profundo, solo qué pasó y cómo se sintió tu cuerpo. «¿Se me aceleró el corazón? ¿Noté tensión en los hombros?». Puede ser el primer paso para reconectar.

El gran reto: la alexitimia en la pareja
Aquí es donde la cosa se complica. Imagina amar mucho a alguien, pero no saber cómo demostrarlo con palabras o gestos que el otro entienda. O que tu pareja llore y tu reacción sea quedarte en blanco, no por falta de empatía, sino por no saber qué hacer con eso.
La otra persona puede sentirse sola, frustrada, poco valorada. Y quien tiene alexitimia se siente juzgado, como un fracaso, porque cuanto más le exigen que se exprese, más se bloquea.
Lo que hay que entender es que el amor está ahí. El problema no es que no te quiera, es que no sabe cómo decírtelo. Pero la buena noticia es que, con paciencia, una pareja puede inventar su propio idioma para quererse.
¿Se puede «aprender» a sentir? El tratamiento
La buena noticia es que sí. O más bien, se puede aprender a reconocer, identificar y expresar lo que se siente. La terapia es el camino principal. ¿Qué se hace allí? No es magia, es entrenamiento.
- Poner nombre: El psicólogo te ayuda a ampliar tu «vocabulario emocional». A distinguir si eso que sientes es rabia, frustración o tristeza.
- Conectar con el cuerpo: Técnicas como el Mindfulness ayudan a prestar atención a lo que sentimos físicamente, facilitando la conexión con la emoción que lo provoca.
- Encontrar canales: A veces la terapia es individual, otras en grupo (para aprender de otros) o en pareja (para mejorar la comunicación).
- En casa: Se puede practicar. Usar una «rueda de emociones» (búscala en internet, es muy visual) ayuda a poner la palabra justa. El arte, la música, el dibujo… cualquier cosa que sirva de puente entre tu mundo interior y el exterior es bienvenida.
Una última idea
Lo más importante que debes recordar es que sentir, sientes. Y mucho. La alexitimia no te vacía de emociones, solo te quita las palabras para explicarlas. Es como tener la radio puesta pero no poder sintonizar bien la emisora; solo oyes ruido.
Se puede aprender a sintonizar. Con práctica, con paciencia y con el acompañamiento adecuado, uno aprende a reconocer las señales. A saber si eso es tristeza o solo cansancio. A poder decir «estoy enfadado» en lugar de encerrarse en un silencio que nadie entiende.
Es un trabajo que transforma. Porque cuando encuentras las palabras, tus relaciones dejan de ser un campo de minas de malentendidos y se convierten en un lugar más auténtico.
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Mario Olea, psicólogo especializado en terapias de tercera generación por la Universidad de Almería y sexólogo por la Universidad de Sevilla. Experto homologado en la aplicación de realidad virtual en psicología clínica para utilizada para tratamiento de fobias.





